La diosa de la montaña

No es tan sencillo. Lo fácil es conformarse con lo malo conocido. Son una gran cantidad de cosas las que se necesitan para llegar a una unión real. Son dos infancias. Dos historias familiares. Dos vidas. Son dos maneras diferentes de crear fantasmas que no existen. Dos formas distintas de vivir las adversidades y los bloqueos. No es tan sencillo lograr el objetivo de formalizar algo sano, porque en demasiadas ocasiones son dos mentes enfermas las que entran en juego. El Game Over está asegurado, pero hay que tratar de ignorarlo para dar emoción a la aventura amorosa.

Cuando no es una atracción burda, es una solidez emocional devastadora. Cuando no es una herida de humillación es una de abandono. Y resolver el rompecabezas no es tan sencillo porque te conviertes en reincidente al intentar constantemente encajar las piezas erróneas o equivocadas del puzzle. Dejas de lado el Fatum que te vendieron de niña, y decides aunque a un precio más elevado, ser tú la dueña de tu propio destino. Decides que tu campo de visión será de alto alcance. Decides soltar la ilusión del amor por su volatilidad y de ese modo no esperar nada. Decides dejar que la vida te sorprenda, pero decides también, que en el camino puedes redistribuir tus energías, y así disfrutar de placeres alejados del objetivo saludable.

Soy la diosa de la montaña. Mis rupturas perfeccionan mi energía, por eso establezco vínculos muy apasionados que se alargan en el tiempo. Rompo las relaciones. Ellos se casan o no con otras. Tienen o no hijos. Y vuelven a buscarme al cabo del tiempo, porque dicen que no pueden sacarme de sus cabezas. Quisieran arrancarme de sus hemisferios, pero me llaman si tienen la suerte de no estar bloqueados en mi agenda, para decirme que no pueden vivir sin mí. Es así. Primero entregas tu corazón y luego viene el dolor. Y yo tengo un compromiso conmigo misma para dejar todo atrás. Tengo una facilidad salvaje para echar raíces de nuevo, y empezar de cero se está convirtiendo en mi misión de vida. Disfruto con esa sensación de cuando nada ni nadie te puede parar. Pero también disfruto de mis impulsos afectivos cuando una mirada desafiante y feroz me lleva a ese punto en el que necesito urgente y apasionadamente, hacer una inversión afectiva para nutrir un vínculo. Es una sensación maravillosa, por ser un privilegio escaso, aunque por ello desbordante. Y me desbordo desbordándolo a él. Siempre hay justicia cuando hago este tipo de inversiones, porque la calidad es más placentera que la cantidad. Lo poco es mucho en estos casos. Y cuando lo mucho escasea es una buena señal. Al menos para mí.

-No viajes con tu mente a situaciones o lugares que no existen. ¡Abandona el autoboicot!

Mi prima Montse parecía una monja de clausura. La quería pero me transmitía una energía de aprensión terrible. A mí no se me pueden decir esas cosas, porque soy la máxima expresión, tanto de la luz como de la sombra. Yo necesito viajar hacia lo que no existe. Hacia lo que no es, o no está. Es mi esencia. También sé trabajar a mi manera, lo que existe, lo que es y lo que está. Por ejemplo, a mi ego yo me lo follo, y mantengo con él una relación  sensual, que no pienso romper nunca.

-Prima, yo soy la diosa de la montaña, no puedes decirme esas tonterías. La diosa de la montaña viaja a lugares que no existen. Lo hace y lo hará siempre.

Montse me miraba con cara de incomprensión.

-¡Tú sí que dices tonterías! ¿Qué es eso de que eres la diosa de la montaña?

Montse se suicidó a los treinta y nueve años estampando su Ford contra un árbol centenario a  las afueras de la ciudad. Uno de esos que tienen el tronco lleno de corazones grabados con iniciales de gente que ya no cree en el amor. Ojalá hubiera tenido la formación en tanatopraxia para hacerme cargo personalmente de su destrozo facial. Fue muy triste ver su rostro destruido. Montse era muy linda. Tonta y puritana, pero linda a rabiar. Dejó una nota suicida. En ella nos decía que no quería llegar a los cuarenta y que por favor, la familia cuidase de la diosa de la montaña, porque ella no la veía muy ubicada. Todos preguntaban quién era esa diosa. Nadie sabía que era yo. Por eso finalmente concluyeron que Montse no estaba muy bien psicológicamente. Yo no pude evitar una sonrisa al ver a mi familia alborotada con su nota de despedida y con esa deidad, que al parecer, era una invención de su trastornada mente. La vida es así, cuando morimos dejamos muchas cosas sin resolver y de igual manera, casi siempre partimos irresolutos.

La yaya Lola era la única que sabía que yo soy  la diosa de la montaña. Por eso sé que sonrió conmigo con todo el revuelo familiar del suicidio de Montse y la deidad femenina misteriosa y desubicada. Desde muy joven fue una tarotista intuitiva aficionada, muy atinada. Digna de respetar por sus predicciones.  Tenía un hermoso tarot en el que el arcano de la emperatriz, ¿o era el de la sacerdotisa?, no recuerdo exactamente cuál de ellos era, la cuestión es que venía representado por esa diosa, y un día mientras me echaba las cartas, cogí el hermoso arcano y tras examinarlo con detalle le dije:

-Yaya, desde hoy yo seré la diosa de la montaña. Pero no se lo digas a nadie.

-Muy bien cariño, vamos a barajar las cartas para ver cuántos pretendientes rondan a la diosa de la montaña. Y vamos a ver también, qué hará ella con ellos.

En aquella tirada un rey de oros y un caballero de bastos me rondaban. Yo como la diosa que era y soy, jugué con mis mejores cartas. El as para el caballero y el dos para el rey. Ambos de copas. La diosa es muy emocional, de lo contrario no le habrían salido cartas de ese palo, sin embargo, al final, siempre se acaba convirtiendo en cabra y tira para el monte sola, corriendo como un animal herido que huye del bosque en llamas. La diosa de la montaña y la cabra que tira para el monte son la misma persona. Pero eso sólo lo sabíamos la yaya Lola y yo. Cuando Montse partió con su Ford, la yaya llevaba unos años esperando desde el otro lado a alguno de nosotros. A estas alturas ya sabrá mi prima por qué yo soy la diosa de la montaña, y porqué en mis relaciones con los hombres me convierto en la cabra que tira para el monte.

Hace una tarde espléndida. El sol está haciendo más llevadero este frío. Recordar duele, y hoy es uno de esos días en los que me reafirmo en la teoría de que hay explosiones para evitar y otras que es necesario provocarlas. La tranquilidad del cementerio es casi uterina. Los jilgueros acompañan la serenidad de los muertos, y mi paseo entre tumbas me está haciendo desfallecer porque los recuerdos duelen, el paso del tiempo araña, y en el fondo las muertes de ambas me impactaron. La de la yaya Lola porque todavía tendría que seguir aquí, conmigo. La de la prima Montse, porque todavía no he asimilado cómo fue capaz de hacerlo de ese modo. Mi cobardía sólo alcanza para pensar en una apnea llevada al extremo. O en pastillas con whysky. Incluso con lo abismada que soy, no podría tirarme desde la azotea de un piso alto. Cuando mi madre me llamó para darme la noticia yo estaba fumándome un cigarro en la cama con Jorge. La sesión de sexo había sido brutal. Él reía a carcajadas, porque yo le estaba diciendo que parecía más una sesión del miedo, pues por el nivel alcanzado, se estaba convirtiendo en una adicción fantástica.

-Perdona, es mi madre.

Él me contemplaba con ese gesto del artista cuando finaliza su obra y la observa orgulloso. Fumaba y recorría con su mirada todas mis curvas desnudas cuando de repente me vio incorporarme para apagar el cigarrillo en el cenicero. Bueno, machacarlo y destruirlo.

-Está bien mamá. No tardaré en llegar.

-¿Qué pasa, nena?

-Una de mis primas ha muerto.

-¡Joder!

-Un accidente brutal con el coche en la general de los álamos, contra uno de los árboles.

-¡Qué bestial!

-Tengo que irme. Esta noche quiero más de lo mismo. La vida sigue.

-Te espero por aquí, reina mora. Ánimo.

La diosa de la montaña, la cabra que tira para el monte y la reina mora…

¿Por qué Montse lo hizo de esa manera?, ¿por qué quiso reventarse entera y autodestruirse con tanto dolor?, ¿tanto le molestaba la vida?…La nota suicida fue para mí la anécdota de esta oscura historia, que me hizo sonreír en medio del caos que su suicidio provocó en mi cabeza. Pasé la noche con Jorge y por la mañana fui al funeral.

Ahora que veo el nicho me parece que estaba más alto entonces. Hace unos cuántos años ya. Miro su foto y es que era linda. La simetría de su rostro la hacía hermosa. Sin embargo cuando hablaba era fácil no dar crédito a lo que decía, porque nunca se dejó llevar por los instintos, el gusto, el placer o el deseo. No sé por qué vivió tan reprimida. Todos sabíamos que el amor de su vida la dejó justo una semana antes de la boda. Jamás lo superó. Todos sabemos que Montse quedó tocada y hundida por ello. Su vestido blanco nuclear quedó colgado en el armario hasta que al morir, su madre tuvo la brillante idea de enterrarla vestida con él. La tía Carmen se quedó hundida de por vida y lo peor es que nadie consiguió quitarle la idea de convertir a su hija en la novia de la muerte.

Qué silencio. Es una maravilla. «La vida es bella», solía decirnos la yaya Lola a  las dos. El puto vestido estará hecho unos zorros. Supongo que ya no pudo soportar tanta tristeza. Y la yaya eligió el calor del horno para desaparecer del mapa.

La brisa empieza a helar mis pies y mi cabeza. No quiero irme porque la serenidad que encuentro aquí es única. Incluso con tantos interrogantes ante su nicho. Me acerco a la fuente que hay unos metros más allá para llenar una de las pequeñas jardineras. He traído tres caléndulas naranjas. Es un color que me encanta, es tan energético… De la diosa de la montaña para la novia de la muerte… Yo no soy capaz de hacerlo, por eso todos los días de mi vida busco alternativas que me hagan más llevadera la tristeza que arrastro como una losa pesada. Pero como la llevaré conmigo hasta el final, pues me enterrarán con ella. ¿Te imaginas Montse, imaginas que esta mierda es así?… Tú sin embargo la arrancaste de tu sentir de manera drástica y mortal. Te enterraron sola, sin ella, porque ya no estaba cuando te encontraron hecha añicos, como un jarrón japonés al que reconstruyeron, y en cuyo interior no hubo ya cabida para más tristezas. Así que te enterraron reconstruida, vestida de novia y sola, sin ningún rastro posible de pena. Perdonanos. No pudimos frenar a tu madre porque decía que hubieras sido la novia más hermosa del mundo.

El nicho ha quedado bastante alegre para su potencial escaso. Además la fotografía de Montse es tan bonita.

Tan bella como la vida, ¿verdad, yaya?

Sofya Keer

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