Alea Jacta Est

Siempre hay algo que no curamos. En mi caso tiene que ver con la idea recurrente de levantarme en plena noche y huir. Cuando mi universo se vuelve árido y melancólico, o cuando siento alguna especie de felicidad, un malestar misterioso que no me permite expresar lo que siento, me lleva a ese parámetro de huida nocturna. De niña mis padres lo vivieron, igual que de adolescente.

-¿Adónde vas cariño?, son las tres de la madrugada.

-No sé. Sólo quiero huir.

Ahora que soy una mujer independiente y mi pareja es un prestigioso psiquiatra conocedor de lo que no he curado, atada a mi angustia, soy capaz de salir corriendo por las calles oscuras de la ciudad dormida y dual, en la que sus habitantes adictos al ego, nos especializamos incluso durante el sueño en malas mezclas como la frialdad y el miedo. Él me deja correr. No sale a por mí. No me busca nunca. Miguel me deja huir.

-Hija, pero ¿por qué quieres huir, de qué estás huyendo?

-Mamá, si me alejo podré verlo todo mejor.

Ahora cuando llevo un rato corriendo me paro en cualquier esquina y regreso de nuevo a casa despacio, mirando el cielo con la esperanza de que si es una noche ventosa, el viento me traiga algo. El viento trae cosas a veces. Sólo hay que pararse ante él y saber escucharlo. Puede ser una tarea incierta y fatigosa, pero gracias a ella he conseguido aunque de adulta, trabajar las mentiras de la infancia. Mentiras que me tenían enamorada, como nunca lo estuve de ningún hombre. El viento me trajo toda la información una tarde bajo el sol de la siesta, en la que cerré los ojos para escucharlo mejor, y me vi bajo el pino carrasco divisando el pueblo lejano, rodeada por los montes de mi infancia. Hasta los tres años los sueños no empiezan a fijarse. Los olores y las canciones son los recuerdos más profundos que tenemos. Todo lo anterior que hemos vivido se queda en la nebulosa de  la amnesia infantil.

No hace mucho recibí una carta de un notario desconocido en la que me comunicaban que me acababa de convertir en la única heredera de una casa en un pueblecito de la Alpujarra granadina. Quedé muy sorprendida. Ser hija única y tener una hermana de tu madre sin descendencia, es sin lugar a dudas una situación bastante ventajosa, sobre todo si tus esfuerzos vitales tienen tintes de huida violentos y amargos, pero además resultas ser una de esas mujeres que se dice a sí misma de manera constante:

“No seas tan autocrítica. Vuela. Fantasea”

Sin edulcorar, sin pedir permiso, sin pedir perdón. Así van mis miedos y mis deseos. Sin, sin, sin… Sin protección.

Mamá no se hablaba con mi única tía desde hace muchos años, así que tampoco yo lo hice amparada en la distancia geográfica y en la inexistencia de vínculos afectivos. Mi madre solía decir cuando hablaba de su familia:

-El pasado pisado.

Hay razones oscuras que dictan nuestro proceder. Oscuras y misteriosas, que además ocasionan tempestades imprevistas. Mi último amor es… es uno de esos sentimientos que se llevan por dentro. Con mi sentir por él mantengo una relación íntima y tierna. En mis pensamientos lo acuno. Puedo acariciarle.  Cuido de él. Presa de mis conflictos internos, ruidosa y tempestuosa imagino un cuerpo a cuerpo inmaculado, delirante y excesivo. Imagino que la física y la química se convierten en amor, incluso aunque sé que adivinar el dolor que nos es desconocido es un riesgo muy osado, casi cruel, yo… yo consigo imaginarlo. Imagino cómo me dolería su amor recíproco y correspondido. Y me duele. Y me pone. Este lado tan mío y extravagante me convierte en una mujer sensual, que consciente, siempre descubro algún aspecto débil en lo que hago. La debilidad es un material muy fértil en las relaciones, y en el sexo, se puede convertir en una de esas canciones con las que poder disfrutar del placer de desangrarse.

Sin embargo mi vida en realidad es burdamente convencional. Incierta como para el resto de los humanos, pero yo me permito ir por ella sin protección y de este modo me siento más segura. Es mi manera de gestionar el deseo. Así se vuelve mágico e intenso, profundo como la inmensidad del oscuro océano.

Es increíble lo que provoca en mi cabeza. Mis pensamientos con él me procuran más placer que el sexo con mi pareja. He empezado a dar la espalda a los ofrecimientos que Miguel me hace. Cuatro años no es mucho tiempo, pero es suficiente para mí, que cuando me siento dichosa lloro y cuando es la pena la que me machaca, sonrío. Las relaciones de pareja dan giros inesperados. Si no lo hacen, están muertas, y en ese estado pueden permanecer hasta el final. Me refiero al final de las vidas de los cónyuges, claro. En pleno siglo XXI el patrón del “lo que dios ha unido que no lo separe el hombre”, con o sin deidades de por medio sigue existiendo, y se sigue alimentando bajo la sucia y cómoda sombra del status quo. Realmente el dinero y el desamor son los que mueven el mundo. Y en él, las relaciones de pareja extintas vienen a representar el indiscutible latido constante y firme de la soledad más triste. La que se siente viviendo en pareja. Con o sin sexo, es la más cruel. Es una tristeza lenta. Una nostalgia que crece día a día. Un exilio mísero y vacío. Pero no es fácil domar el miedo que da una separación o un divorcio. Un “¡ya está bien, estoy harto/a de esta mierda!”.

La felicidad material es la que guía los pasos de la humanidad. Ese tipo de sentimientos elevados no tienen cabida porque las conexiones entre personas son y están vacías. Sin embargo sí existen conexiones a la altura del sentimiento elevado. Por supuesto que las hay, la cuestión es que no todo el mundo sabe de su existencia, porque en general, el vulgo se entrega a otros menesteres más huecos o superficiales.

Así que llevo una doble vida, una material que me insatisface terriblemente, y otra espiritual, que me llena, me desborda enredando mis energías y permitiéndome desconectar del mundo 3D, aunque reconozco que este doble juego, en ocasiones me lleva a hacer hoyos profundos en mi mente para enterrarme. Y me entierro porque a veces tengo que tomar decisiones valientes ante la desgana y languidez de mis días, en los que huyo de follar con Miguel, porque mis folladas mentales con mi último amor me facilitan cambios de ciudades, rutinas y espacios. Cambios que deseo de manera cruel y despreocupada.

Todos somos iguales. Lo único que varía en nuestras vidas homogéneas son los sueños de cada uno. Cada hombre y cada mujer del mundo tienen sus propios sueños, y son distintos a los de los demás. Todos queremos ser felices, todos vamos a morir, pero nuestros sueños son otra historia. El miedo a no alcanzarlos, es lo que nos transforma en personas que no somos.

Sé que la memoria actúa con más fuerza cuando estamos tristes, y que la fantasía tiene más brío cuando estamos alegres. Hoy una mezcla de tristeza y alegría me está llevando a un punto en el que mi memoria se fortalece a la vez que mi fantasía me arrastra hacia un cambio radical en mi vida. Nueva ciudad, nuevas rutinas y nuevos espacios, pero no sólo mentales. Quiero más. Necesito más, y si confío en mí me funciona. Si confío en mi talento y en mi inteligencia lo haré. Además, Miguel me deja huir.

No tengo afán de polémica. Esta noche que tiene turno en el hospital huiré destino a la Alpujarra. Una carta con cierto orden y precisión, aunque se me escape alguna palabra sangrante, fría e infecunda. Le contaré lo de mi aburrimiento infinito en nuestra relación, y sin cierta malignidad por mi parte, le diré que sólo quiero sacar la piedra de mi zapato para continuar caminando. Como despedida le lanzaré este interrogante porqué sé que su deformación profesional le llevará a ciertos cuestionamientos:

Miguel, ¿cómo se puede comparar el sufrimiento entre seres humanos?

Alea Jacta Est

Sofya Keer

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